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Masoca, putita y cornudo

Os había visto bailar acaramelados, deciros cosas al oído, reíros mientras os movíais por la salde estar de nuestra casa, pero cuando tú te sentaste en el sofá y le cogiste los pantalones para abrirle el cinturón y bajarle la cremallera, supe que no había vuelta a tras.

Que iba a ser por fin cornudo. Y digo por fin porque había sido yo el que te lo había casi suplicado mientras tú te negabas en redondo. Hasta que insistí e insistí tanto que, al final accediste, con condiciones, claro. Y una de ellas era que serías tú la que eligieras al chico con el que ibas a follar, con el que ibas a hacerme cornudo.

Y elegiste a uno del trabajo. Uno muy guapo, mucho más joven que yo y que está muy bueno, según me dijiste. Y debe estarlo porque tras bajarle los pantalones les ha sacado su dura polla y has comenzando a mordisquearla, a lamerla y a chuparla, mientras me miras con ojos de zorra y me guiñas un ojo. Lo estás haciendo. Al final te has atrevido a ponerme los cuernos y has hecho caso a mis súplicas.
- Pero luego no me vengas con arrepentimientos –me dijiste hace unos días cuando por fin aceptaste.
- No, por favor. Te prometo que no te reprocharé nada.

Así que ahora me tengo que aguantar ese extraño dolor que siento en algún lugar de mi pecho y esas extrañas mariposas en el estómago que hacen que tenga la polla dura. Sufro, pero también gozo. Es una extraña mezcla de dolor/placer.
- Siempre has sido un poco masoquistas –me habías dicho cuando de novios te pedía que me pellizcaras los pezones.
- No lo sé, cariño.

Y también me lo recordaste cuando me sorprendiste poniéndome tus bragas y mirándome al espejo.
- Encima de masoca, putita.

Por lo visto sí, lo era. Porque además desde ese día comenzaste a ponerte minifaldas para ir al trabajo y yo no sólo que no te decía nada, sino que te las compraba y te animaba a lucirlas. Y también te animaba a llevar siempre tanga y a que abrieras las piernas en las terrazas donde nos sentábamos. Y tú accedías con gusto.
- Te quiero, amor mío y sólo quiero que seas feliz.

Eso me dijiste entonces. Y también luego, cuando por fin accediste a acostarte con otro y ponerme los cuernos.
- Lo hago por hacerte feliz, que conste.

Eso me dijiste, pero al verte chupar ahora su polla sé que también lo haces porque te gusta, porque en el fondo lo deseas, porque siempre has sido algo puta y te han gustado mucho los tíos y follar. Sobre todo follar. Porque ahora lo has cogido de la mano y te lo has llevado a nuestro cuarto, a nuestra cama de matrimonio, para desnudarlo y acariciarle la polla.
-  Pasa y mira como te hago cornudo. Por fin vas a cumplir tus sueños.

Y entré detrás de ti, pero tú me desnudaste, me pusiste a su lado, comparaste los penes de los dos y me lo dejaste claro:
- Me quedo con la polla y deshecho el pito -dijiste riéndote, con sorna, con esa ironía tuya que hizo que me enamorara de ti.

Y te sentaste encima de él y te clavaste su enorme polla despacio, muy despacio, deleitándote con esa pollón por la que bajabas tu coño. Un coño que hasta ahora había sido mío y que ahora ya no lo es. Porque una de las condiciones que me habías puesto era que a partir de ese momento follarías con quien quisieras, cuando quieras y donde quieras. Y yo acepte.

Por eso ahora veo como tu coño sube y baja apretando su polla, como me hacías a mí, porque cuando follas aprietas el coño sobre la polla para dar más placer. Eres muy puta y sabes cómo utilizar un coño. Y ahora lo estás haciendo con él, te desvives por darle placer, para que note el roce de tu coño al subir y bajar para darle todo el placer que él siente, es obvio, porque te coge de las tetas, las magrea y gime como un poseso. Se va a correr, Lo sé. Y tú también. Eres multiorgásmica y sé que te vas a correr varias veces sobre su polla.

Así que no me lo he pensado y me he puesto detrás de ti para lamerte el culo mientras subes y bajas y comienzas a correrte sobre su polla. Lo sé porque huelo el jugo de tu excitación que cae coño abajo, sobre su polla, que he lamido.
- Aparte de masoca y putita, también eres mamón, te gusta lamer pollas –me has dicho entre gemidos.

Y debe de ser cierto, porque cuando te has corrido gritando como una posea y él también lo ha hecho, he lamido tu coño lleno de su leche y te he dicho que te amo.
- Lo sé, cornudo. Y a partir de ahora me vas a amar todos los días.

Porque lo soy: soy cornudo. Y muy consciente. Demasiado.

“Ven, entra”, me has dicho mientras estás sentada encima de tu nuevo amante, de tu novio, según tú lo llamas. “Pasa y no te cortes”, me has dicho entre gemidos, mientras él te mete mano en el coño, bajo la braga y tú gimes, suspiras y le dices que siga, por favor, sigue que me vuelves loca.

Te gusta hablar con él. Decirle lo mucho que te gusta, lo mucho que te excita y lo mucho que te engolfa. Porque te ha engolfado y ya follas con él no sólo en su despacho, sino también sobre la mesa, en el garaje, en el coche y ahora en casa, en nuestra sala de estar, sobre el sillón que nos compró mi madre. No tienes hartura. Hace contigo lo que quiere y tú siempre le dices que sí. Bueno, tú coño le dice que sí porque sólo con rozarte ya mojas la braga y echas espuma por el coño.
- Mi coño es suyo, no sé cómo explicártelo.

Te tiene cogida la voluntad, eso me dices. No lo puedes evitar, eso me cuentas. Es superior a tus esfuerzas, según me confiesas cuando vienes de follar con él, me abrazas y me cuentas cómo te ha follado, lo mucho que te has corrido y lo mucho que te va a follar a partir de ahora.
-        Me vuelve loca con su manos, con su  polla,  con su aliento.


Y yo callo. Siempre callo, quizás porque no tengo fuerzas pare decirte nada, quizás porque una vez que te dije algo, no recuerdo bien, pero algo suave, un quejido, una suave protestas, me dijiste que si no lo comprendía  que cogiera la puerta y me fuera. O no, mejor me voy yo, me dijiste. Pero yo te dejé marchar. Al menos ese día. Porque al día siguiente fui al hotel en el que te alojabas y te supliqué de rodillas que no me dejaras.
-        Pídeme lo por favor
-        Por favor no me dejes. No puedo vivir sin ti, sin estar a tu lado.
-        Suplícamelo.
-        Te lo suplico, amor mío. No me dejes.
-        De acuerdo, pero a partir de ahora no podrás decir nada.

Acepté y no digo nada. No digo nada cuando te vas con él todo un fin de semana a navegar en su barco. O cuando os vais a pasar los puentes a su chalé en la playa donde según me cuentas cuando me llamas por teléfono,  no sólo te folla él, sino que te follan sus amigos.
-        No puedo evitarlo. Hace con mi coño lo que quiere, cariño.
-        Lo sé, cielo.

Porque lo sabía. Y lo sé. No puedes evitarlo. Y yo no puedo evitar amarte tanto que te consiento todo. Todo. Absolutamente todo, porque ahora folla en nuestra cama, yo le recojo la ropa para que no se arrugue y os traigo las bebidas. Sé que tenía que hacer algo, pero no hago nada. Ni tan siquiera follo contigo porque dices que él no quiere que lo haga.

Y sus palabras son ley para ti. Tampoco te puedo acariciar, ni lamer. Sólo el coño cuando él se ha corrido en él. Y entonces sí, me lanzo como un poseso a comerte el coño, tu sagrado coño, aunque sé que está lleno de su leche. Pero después de unas lamidas el semen se ha ido, me lo he tragado y sabe a ti, a tu coño, a tus jugos, al placer que te ha provocado otro macho.
-        Me gusta que me lamas cuando él se ha corrido –sueles decirme.
-        Por qué.
-        No sé, pero siento un extraño poder sobre ti. Pero sobre todo,  porque al verte a ti lamiéndolo, a mi macho se le pone más dura, se excita y me vuelve a follar con más ganas. Tus cuernos le hacen sentirse más macho. Mucho. Sobre todo al ver lo poco hombre que tú eres.

Lo soy, es verdad.  Poco hombre, digo. De hecho ahora llevo bragas. Tus bragas. Las bragas que tú te quitas y que me das todos los días para que me ponga. Dices que así estoy más femenino y él no se siente amenazado por otro hombre. Dices que así él se siente más macho, más hombre y te folla mejor. Debe de ser así, porque últimamente viene todos los días a follarte. Y duerme en nuestra cama de matrimonio, mientras yo lo hago en la alfombra donde os oigo follar, gemir y donde de vez en cuando me llamas para que te limpie el coño y que él vuelva de nuevo a follarte.


No duermo bien.  Sobre todo porque os pasáis la mayor parte de la noche follando. Parecéis adolescentes. Y yo un cornudo. Consentidor. Y sumiso, muy sumiso, porque incluso ahora le chupo la polla a él para ponérsela dura y que tú puedas follártelo mejor. Dices que es necesario mi concurso para que él se excite más al humillarme de esa manera. No sé qué más se te puede ocurrir para que él goce. No lo sabía, pero ahora lo sé. Me has dicho que quieres azotarme el culo para que él se divierta, se excite y te folle mejor.

Y te he dicho que sí, que bueno, que cuando quieras, como quieras y donde quieras. Que incluso sacaré el culo para que no te equivoques, veas bien donde das y me azotes más fuerte. Ya lo has hecho delante de é y efectivamente, se ha excitado y luego te ha follado mejor. Y me he alegrado de ello. Porque te veo feliz y que estás contenta, que es lo que yo quiero. Y que  es lo que tú quieres, amor mío. No quiero que vuelvas a irte de casa.

Cornudo y doncella francesa

A él no le veo la cara, pero sé quién es. Lo conozco. Es un tío guapo, cachas y con mucho dinero que se pasea en descapotable. Te ha mirado mucho cuando ha pasado a nuestro lado y te he visto chuparte los labios. No te he dicho nunca nada. He callado, pero siempre he intuido que cuando hacíamos el amor pensabas en él porque a veces decías un nombre que no era el mío. Pero nunca te he dicho nada. He callado.

También sé que desde hace tiempo te compras lencería fina, pero no para mí, sino para salir, cuando sales a trabajar o de viaje de negocios. Porque tú trabajas y yo no. Perdí  mi trabajo y desde entonces tú te has hecho cargo de la economía familiar. Y además de la gobernanza de la casa porque soy yo el que limpio la casa, ordeno las ropas, haga la cama, lavo la ropa y la plancho, ya que tú no estás y eres la que aporta el dinero para mantenerla.

A él no le veo la cara mientras te quita el sujetador en el sofá porque tú me lo topas, pero sé quién es. Lo intuyo. Lo imagino desde que tú también perdiste el trabajo, por la crisis, y me dijiste que sólo había una solución. ¿Cuál? No te la digo porque no quiero herir tus sentimientos, pero me han propuesto una salida que permitirá que sigamos viviendo como ahora e incluso un poco mejor.

Y te dije que bueno, que confiaba en ti. Y tú me besaste ligeramente en los labios y te fuiste. Cuando volviste me dijiste que estaba todo arreglado, que seguirías trabajando y que no tendríamos ningún problema económico. Y yo no dije nada. No te pregunté. No quería saberlo. No quise saberlo pero cada día volvías más tarde a casa y luego, cuando estábamos en la cama, no querías que te penetrara. Estoy muy cansada, me decías.

Ahora sé quién es. Y mientras veo como te quita el sujetador en el sofá, como tú te preparas para morrearte con él y follártelo, también sé que soy un cornudo consentido porque se me pone la polla dura cuando te veo. Y no es la primera vez que miro a escondidas. Y que me masturbo viéndote follar con él. Lo que ha ocurrido esta vez es que has mirado hacia atrás y me has sonreído, cuando se supone que tú no sabes que te espío.

Y luego lo has cogido de la mano y te lo has llevado a la cama donde te ha follado con un inusitado frenesí. Como si le fuera la vida en ello porque te ha follado sin  piedad, duro, con pasión, mientras tú suspirabas, gemías y me mirabas con una extraña cara de placer.  Y cuando se ha corrido, os habéis duchado y lo has despedido en la puerta con un beso de tornillo, morreándote con él con un beso pasional que a mí nunca me has dado. 
-  Lo sabes – me has dicho cuando has vuelto.
-  Sí, desde hace tiempo.
-  Lo sé. Te he visto masturbarte mientras nos veías. Te gusta mirarnos, se te pone la polla dura y te va el rollo de cornudo consentido.
-  No lo sé.
-  Yo si lo sé, pero a partir de ahora también serás cornudo sumiso, porque  tendrás que hacer la cama antes de que yo folle con él, servirnos las bebidas e incluso chuparle la polla para que se le ponga bien dura y pueda follarme mejor. ¿Lo harás?
-   No lo sé.
-  Entonces te dejaré. No te necesito. Mi jefe me paga lo suficiente para vivir sola y me ha prometido pagarme el alquiler del nuevo piso, un chalé de lujo, además de comprarme un coche. A cambio he de follar con él cuando él quiera, estar disponible las 24 horas y dejarme follar como quiera, cuando quiera, como quiera y con quien quiera. No te necesito para nada, pero te tengo cariño y no quiero dejarte. Tú decides.

No supe qué decirte. No dije nada, pero tú te acercarte a mi, me metiste la mano en el pantalón y cogiste mi polla dura, muy dura.
-  Te excita ser un cornudo consentido. El me lo había insinuado, pero yo no lo creía hasta hoy. Ahora sé que él tenía razón y lo eres. Te gusta ser cornudo, que te ponga los cuernos e incluso que te humille después de follar con él.
-  No es cierto.
-  De acuerdo.Entonces me voy.

Y te fuiste a vivir al chalé que te alquilaba tu jefe y amante donde lo recibías a él, sus amigos o sus clientes, a cualquier hora del día o de la noche. Yo me quedé solo, sin ti, sin poder verte, sin oírte cuando andabas por la casa, sin poder olerte. Sólo tenía tu recuerdo grabado en unas bragas que te habías dejado y que olía sin parar para recrearme en el olor de tu excitación. Aunque esas bragas las hubieras llevado mientras él te magreaba y olieran la excitación que te había provocado otro macho, tu amante. Me daba igual. Sabían a tu coño, a tu coño en celo, aunque fuera en celo por otra polla.

Una semana después acudí a tu chalé y te pedí perdón. Desde entonces vivimos los dos en el chalé, yo llevo bragas, un delantal de doncella francesa que apenas tapa mi pene metida en un cinturón  de castidad CB-6000 y me dedico a las labores domésticas y a guardar la ropa de los que vienen a follar contigo para que no se les arrugue. Pero por fin  los dos somos muy felices.

Cornudo, manso y mirón


Me has dicho que vaya a los apartamentos  en el que has quedado. Y que me quede en la calle y  mire al balcón de más arriba cuando tù me llames por teléfono. Y he esperando abajo, pensando que quizás estés con otro. Pero no lo sé.  No lo he sabido hasta que me has llamado por el móvil, me has dicho que mire hacia arriba y te he visto con otro. Con otro macho.

 Llevas una toalla, pero él está desnudo. No habéis tardado en poneros a follar, mientras yo miro desde abajo y muevo el cinturón de castidad que tú me pones todos los días por si, por un casual, el movimiento hace que pueda correrme y llegar al orgasmo. Pero no lo consigo y me contento con el placer morboso de la humillación de ver como me haces cornudo hasta de cara al público.

Regalo de boda cornuda (marriage cuckold)

Estás con él, con tu amante, con tu macho, con el hombre que ha ocupado el lugar en la casa. Me has dicho que haga fotos de “nuestra noche de bodas”, es decir, de mis cuernos el primer día de casados. Quieres tener un buen álbum de recuerdo. Y eso hago.

Te hago fotos y luego las pegaré en el álbum, porque ahora te veo ahí con él, abrazada a él que está desnudo. Le acaricias el torso, la espalda con deseo. Tu coño lo desea. Lo sé. Te conozco. Conozco esa mirada que le echas, cómo lo deseas, como te mueres por follarlo. Conozco todos tus gestos y sé que ya tienes el coño encharcado, que palpita por su polla.

Y te sigo haciendo más fotos para pegar en el álbum de "nuestra" noche de bodas, aunque  supongo que eso será mañana porque  antes asistiré a mi puesta de cuernos arrodillado junto a la cama. “Es tu regalo de bodas”, me has dicho. Y es cierto. Porque antes de que él entrada lo has esperando con las piernas abiertas para que vea tu coño al entrar. Te morías por follártelo y, sobre todo, por hacerme cornudo. "Hazme fotos, cornudo, que quiero inmortalizar estos cuernos". Los primeros cuernos de casados, porque de novios ya llevas cientos, vas cumplido.

Es cierto. Y no solo cuernos, sino también humillación porque bastante antes, en el convite, tuve que demostrar a todos que soy tu sumiso, que te amo más que a nada y que me pongo a tus pies para lo que sea. A tus pies o debajo de su polla porque ahora te folla y yo te lamo para prepararte, para excitarte para él, para ponerte jugosa y que él disfrute al encontrarte mojada. Y luego haré de mamporrero y colocaré su polla en tu coño.

Te gusta que lo haga. Lo he hecho muchas veces durante todo el tiempo que hemos estado de novios porque me educaste para ser cornudo sumiso desde el primer día. Tú tienes un carácter dominante y yo soy sumiso, así que hemos encajado perfectamente. Y por eso te amo. Aunque me hagas cornudo. Y por eso me amas. Porque soy un cornudo.



Cornudo de una forma muy natural (y sencilla)

Todo fue más sencillo de lo que podría parecer. No sabía que los navegadores de Internet guardaban el historial y alguien que viniera detrás pudiera ver las páginas que has visitado. Ahora lo sé, cuando ya no tiene remedio.

Mi mujer vio  las últimas páginas web a las que yo había acudido y se enteró de mis fantasías ocultas. No me dijo nada. Sólo note que me sonreía sin saber por qué. Y se la notaba contenta. Y no sabía por qué, hasta que un día la oí hablar por teléfono con una de sus amigas. Le dijo que me había pillado navegando por páginas de cornudos, cuckolds, y  suponía que yo tenía la fantasía de ser cornudo y  no me atrevía a decírselo para que no pensara mal, así que ella me iba a complacer.

Y le pidió a su amiga el número de telefoneo de un chico negro que parece que iba al gimnasio y que tenía fama de tener una buena polla y ser un buen amante. No supe nada más. Lo siguiente que averiguaré fue que ella quiso complacerme, hacerme feliz y cuando un día entré en el piso noté que había alguien más. Me acerqué de puntillas al dormitorio y la vi arrodillada chupando una gran polla.
- Pasa y mira - me dijo

Y pasé. Y la miré adorando  aquella enorme polla. Sentía celos, pero no pude moverme. Ni decir nada. Lo que había visto en Internet lo estaba viendo en la vida real. Delante de mi. Ya no eran fotos con protagonistas desconocidos, sino que era mi mujer, la futura madre de mis hijos,  la que estaba follándose a un negro con una enorme polla delante de mí. Y sin que yo dijera nada.

- ¿Eres por fin feliz, mi vida? -me preguntaste entre balbuceos al tragar su polla-
- No lo sé -te respondí titubeando.

Entonces soltaste la polla del negro, viniste hacia mi, me besaste en los labios, noté el sabor de la polla de tu macho y me cogiste de la entrepierna.
- Tu polla está dura. No hay duda: te gusta y excita ser cornudo consentido, aunque digas que no.

Cornudo consentido y además sumiso, porque desde ese día tú follas con quien te da la gana y además me obligas a chupar la polla de tu amante para ponérsela dura y que te folle mejor. Además de hacer de mamporrero. Me has convertido en cornudo sumiso, con mi consentimiento. Eso pasa por tener fantasías. Porque a veces se cumplen. Al menos en mi caso. Y con la polla dura.  Y también me pasa por no borrar el historial y dejar la huella de mis visitas, a posta, para que tú las vieras. Quería confesarte mis fantasías de siempre, pero no sabía cómo.
Ahora ya las sabes.

Cornudo y puta, con travestí


Pusiste un anuncio en una web de contactos: "Busco un Ama para dejar  en sus manos a mi marido, cornudo sumiso, mientras yo disfruto un fin de semana con mi amante". Me lo diste a leer y me preguntaste qué me parecía.
- ¿Te gusta?
- Sí, mi amor.
- ¿Das tu visto bueno?
-  Claro.
- De todas formas sabes que no necesito tu permiso para hacerte cornudo, ¿verdad?
- Lo sé, amor mío.
- Te lo dejé muy claro en nuestra noche de bodas.
- Lo sé.
- Fuiste cornudo la primera noche de nuestro matrimonio y lo sigues siendo. Te soy fiel y cumplo lo que te prometí.
- Lo sé, amor mío.
- ¿Cuánto tiempos llevas sin correrte, mi querido cornudo?
- Tres meses, mi amor.
- Pues esta vez te dejaré que te corras, si te portas bien y el Ama que te cogerá a su cargo me dice que has sido bueno. Un buen cornudo.
- Gracias, amor mío.
- Ahora ve y publica el anuncio.

Y eso hice. Lo publiqué aunque las respuestas sólo las leíste tú. Porque tuviste varias respuestas de varias amas, pero tú rechazaste la mayoría y elegiste una con la que luego hablaste por teléfono. Era de nuestra propia ciudad. Y quedaste con ella para dejarme a su cargo.
- Te va a gustar, cornudo, porque esta es diferente a los demás.

 No me imaginaba por qué era diferente, pero te seguí cuando subimos a su piso en el ascensor y llamaste a la puerta. Apareció una chica muy mona y exótica, porque creo que era mulata. Eso supuse.
- ¿Este es el cornudo sumiso? -te preguntó ella.
- Sí, este es. Quiero que les des caña mientras yo le pongo los cuernos. No tengas piedad, sé cruel. Quiero hacerle sentirse cornudo y apaleado. Además de humillado. Cuando te llame ponlo delante de la webcam y haz lo que yo te diga. Y ahora págame lo acordado.
¿Pagar?, me pregunté. No me lo podía imaginar. Por qué tenía que pagar aquella chica por quedarme con ella. Pero tú parece que leíste mi pensamiento, como siempre.
- Me paga por lo que vas a averiguar dentro de poco, cuando te arrodilles delante de ella y se baje las bragas.
- Lo que tú digas.
- Y además eso servirá para concienciarte de que eres también mi puta, mi sumiso cornudo y que puedo prostituirte cuando me venga en gana. Con este dinero me voy a comprar una lencería preciosa que luciré con mi amante. Para excitarlo más,  me folle mejor y te haga más cornudo.  ¿Te parece bien?

- Sí, mucho.
- ¿Te hago feliz?
- Sí, amor mío. No lo puedo explicar, pero cuanto más cornudo me haces más te amo.
- Yo sí me lo explico y lo sé, pero no te lo digo.

 Y te fuiste con el dinero que te dio, unos 100 euros creo que fueron.
- Que te diviertas, cornudo, que yo también lo haré con mi amante.

Y me divertí, claro. Y mucho, porque aquella Ama en realidad tenía polla. Una pedazo de polla que estuve todo el fin de semana chupando, lamiendo y chupando, mientras tú me hacías cornudo con tu amante. Lo sé porque en varias ocasiones el travestí puso la webcam y pude ver como follabas con tu amante, como subías y bajabas por su polla en la que te clavabas con fervor, mientras gemías, suspirabas y gritabas "cornudo, que eres un cornudo". Hasta que tú te corrías y entonces le decías al travestí que como había sido un buen cornudo, me permitía que me corriera. Pero eso sí, siempre con el culo azotado.
- Dale el placer -le dijiste al travesti/Ama. Permite que se corra mientras me ve follar con otro y tú le azotas el culo.

Así que el travestí me colocó de piedelante de la pantalla del ordenador con las manos en alto y me azotó el culo mientras miraba como tú, mi mujer, me ponías los cuernos. Me sentía cornudo y apaleado. Y muy humillado.
- Tienes la polla dura, cornudo -me dijo el travestí. Se nota que te gusta la humillación de que te azoten mientras te hacen cornudo. Pues correrte si quieres.

Y me corrí como un animal. Llevaba tres mese de castidad forzada pues nunca había follado contigo y sólo me permitías correrme cuando  follabas con otros, mediante pinzas en mis pezones u otras argucias tuyas para que el placer fuera siempre acompañado del dolor y  humillación.
Me corrí, ya digo, viendo como mi mujer follaba con otro mientras era azotado en el culo por el travestí y oía a mi señora decirme "cornudo, que eres un cornudo". Porque lo era, desde luego, pues  mientras te veía a ti follar con tu amante, el travestí me azotaba el culo y cuando veía que tenía la polla dura, me obligaba a chuparle a él la suya.
- Además de buen cornudo, la chupas muy bien -me decía él/ella.

Pero yo callaba y seguía chupando la polla mientras miraba de reojo la pantalla del ordenador y te veía follar con tu amante.
- Tienes la polla dura, cornudo. Se nota que te gusta ser cornudo,  humillado y además chupar pollas.  Estoy segura de que te mueres por chuparle la polla del macho que se folla a tu mujer para darle las gracias por hacerte cornudo. Pero como él no está, chupa la mía e imagínatelo.

Y cerré los ojos y me lo imaginé, mientras me masturbaba, me corría otra vez y llenaba el suelo de leche.

Ya sabes lo que tienes que hacer, cornudo


Me has llamado por telefóno y me has dicho que acuda pronto a casa. Que me esperas. Y me he apresurado en el trabajo y he cogido el coche para conducir como loco y acercarme a casa, donde sé que me esperas. Y cuando he llegado me he cruzado en el portal con un joven muy apuesto y cachas que ha salido precipitado. Ni tan siquiera he cogido el ascenso y he subido corriendo a nuestro piso, he abierto la puerta, te he buscado por el dormitorio, las sala de estar y al final he entrado en la cocina. Estabas apoyada en el fregadero con el culo al aíre y con algo blanco que te caía entre los muslos.
- Te estoy esperando -me has dicho.
- Lo sé, amor mío. Ya lo veo.
- Pues entonces date prisa.

Y me he arrodillado detrás de ti, te he lamido el culo y he oído como gimes.
- Ya sabes lo que tienes que hacer, aparte de lamerme el culo.
- Sí, amor mío.
- Te estoy esperando
- Sí, amor mío.
- Pues entonces date prisa.
- Sí, mi amor.
- Date prisa, cornudo.
- Sí, mi amor.
- Pues venga. !Lame!

Y te he lamido la leche de tu macho que te caía por el sexo y parte del muslo.
- Como llegue al suelo, la próxima vez no te dejo mirara cómo te hago cornudo.

Y he lamido con frución y he evitado que cayera al suelo.
- Muy bien cornudo -me has felicitado, mientras gemías y te corrías.

Y luego te has bajado la falda, te has vuelto y me has dado un par de hostias, mientras me sonreías.
- Esto por tardar y llegar tarde a tu puesta de cuernos.

Dije sí, soy cornudo

Se la chupas a él, pero me miras a mí. Sabes que me das celos, que sufro, pero también que tengo la polla dura. O la pilila, como tú la llamas porque sólo se pone dura cuando te veo así, entregada a otro macho, saboreando su polla y follándotelo luego como sólo tú sabes hacer porque eres muy buena en la cama. A mi me sedujiste al follarme la primera vez. 

Luego supe, tú me lo contaste, que te habías follado a toda mi promoción de la universidad. Que te iba eso de ser algo puta y zorra, con el debido respeto. Me lo confesaste y fuiste muy sincera. Me lo dijiste justo antes de llegar al altar, en el pasillo que nos conducía al matrimonio, mientras pasábamos por en medio de todos mis compañeros de promoción a los que habías invitado a la boda. 

Fue entonces cuando supe que todos los que estaban sentados mientras nosotros pasábamos entre ellos,  habían follado contigo. Y varias veces. El último hacía sólo unos días en tu despedida de soltera. Y estaba en la primera fila. Lo conocía: era Abel, mi mejor amigo.
-  Te soy sincera. Ya lo sabes todo. Piénsatelo antes de decir sí quiero –me dijiste cuando llegamos a la altura del cura.

Me lo pensé. Lo estuve pensado mientras oía a lo lejos la voz del cura con su ritual habitual, aunque yo lo escuchaba pero no lo oía porque  estaba ensimismado imaginándote follando con todos ellos, y con mi mejor amigo hacía sólo unos días, en la despedida de soltera que organizaste con tus amigas. 

Así que la mayor parte de los tíos que estaban en la iglesia te habían follado y todos sabían que yo era un cornudo. También tus amigas, las damas de honor. A lo mejor hasta tu madre a la que le comentabas todo y que yo sabía que era una mujer ardiente que le había puesto los cuernos su marido, a tu padre,  muy a menudo. De hecho tenía un amante muy joven al que mantenía con el dinero de su marido, de tu padre. 


Ahora que lo pienso, casi todo encaja porque de pronto he recordado que había visto salir a tu padre del dormitorio en el que tu madre follaba con su joven amante. Él lo sabía. Y consentía. Por eso quizás tú tenías escuela, la de tu madre,  y te había enseñado. Te había enseñado y educado para que buscaras un buen marido.
- Busca un marido bueno, como lo es tu padre –le había oído comentarte.

Ahora lo comprendía todo. Lo habías buscado y lo habías encontrado A mí. Yo era ese marido bueno que tú necesitabas y que tú madre te recomendaba. Pero el cura sigue con su letanía ritual mientras tú me miras y sonríes. Te veo segura. Segura de ti misma, con ese aplomo con el que has dirigido tu vida, nuestra vida. Ese saber estar que me llevo a enamorarme de ti y amarte más allá del bien y del mal, más allá de cualquier límite.
-  Soy muy exigente –me habías advertido cuando te propuse salir.

Y lo fuiste. Mucho. Porque enseguida conseguiste convencerme de que era yo el que debía hacer la colada para que a ti no se te estropearan las manos. Y el que debía fregar los platos. Y el que debía mantenerse casto, sin correrse sin tu permiso porque no te gustaba que tuviera placer sin ti. Tenía que compartirlo contigo. Me pareció lógico.

Como me pareció lógico que salieras todos los vienes con tus amigas y regresaras al día siguiente con toda la ropa arrugada y las bragas casi caídas. Las había olido más de una vez y sabían a excitación, a tu coño, pero a algo más que no supe identificar. 

No le di importancia, pero ahora que me lo dices, justo antes de casarnos, tengo que tomar una decisión porque el cura parece que llega al final del rito ese que dice: “Quieres a Marta como tu esposa para…”.   

Eso dirá el cura, eso me dice ahora y he de responder. Me lo pienso durante un segundo, te miro, me sonríes con tu irresistible sonrisa, me miras con esos ojos que adoro y respondo:.
-  Sí, quiero –le digo al cura.
-  Si quiero, contestas tú.

Y entonces viene el beso que me das mientras me tocas la entrepierna.
- Tienes la polla dura,  cornudo –me susurras al oído. Sabía que dirías que sí. Eres como mi padre y por eso te amo.

Eso ha ocurrido hace una hora. Ahora estamos en la habitación del hotel donde hemos subido para cambiarnos antes del banquete. Pero antes del banquete tú te estás estrenando con mi mejor amigo, el de la primera fila, al que le chupas la polla mientras me miras con eso ojos que adoro. Cuando he subido te he sorprendido con él y me he quedado quieto en la puerta.
-   Pasa, cornudo, siéntate y diviértete –me has dicho.

Y me he sentado en el sofá para ver cómo se las chupas, cómo lo desnudas, como le metes mano y te lo llevas a la cama para follártelo. Porque te lo follas una y otra vez, le aprietas el coño con tu polla, lo cabalgas, gines, jadeas y me miras con esos ojos que me vuelven loco. Eso ojos que delatan que te estas corriendo. Pero con otra polla en tu coño.
- Si quieres puedes acariciarte y correrte, cornudo -me has dicho.
-  ¿Sí?
-  Sí, claro. Es nuestra noche de bodas.

Cornudo y feminizado


Sueño contigo y pienso que andamos ya casados y que has ido poco a poco adentrándome en tu mundo; en ese mundo que has creado para incluirme  en él con arreglo a tus deseos,  a tus fantasías. Porque todo comenzó un día que estábamos en la cama y tras ver que estaba muy excitado, que te deseaba, me preguntaste por mis fantasías. Yo no te hice caso, quise penetrarte y tú te apartaste y me dijiste que no, que antes tenía que confesarte mis fantasías; esas ensoñaciones que todos tenemos y que no solemos confesar por vergüenza. Me dijiste que ya teníamos confianza y que no te ibas a asustar por muy fuerte que fuera. Y dudé. Por un lado me excitaba que conocieras mis más íntimos deseos ocultos, pero por otro me daba miedo. Pero tú me animaste, me dijiste que me ibas a contar primero la tuya y que así perdería la vergüenza. Y comenzaste a acariciarte el sexo y me revelaste que te gustaría estar con un travestí.
- ¿Un travestí? –te pregunté asombrado.
- Sí, un travestí, pero guapo y femenino.
 - Vaya, qué sorpresa.
- Y dominante.
- ¿Dominante?
 - Sí, que nos domine a los dos y nos haga cosas.

No sabía muy bien a qué te referías, pero lo pude aclarar  la noche siguiente cuando después de cenar llamaron a la puerta y abriste para dejar pasar a una chica muy mona. Bueno, a un chico, porque era travestí, pero muy femenino. Prácticamente no se notaba la diferencia. Y lo invitaste a pasar y sin más historias, te lo llevaste a la cama. Y lo fuiste desnudando, mientras yo miraba pasmado desde la puerta.
 - Pasa cariño y observa que sé que te va a gustar- me ordenaste a mí.
- Sí, paso.
- Y tú, vístete como ya sabes –le dijiste al travestí.

Y él sacó de la bolsa que había traído unos corsé de cuero  y algunas  fustas y me dio a elegir a mí qué se pondría. Luego me señaló un látigo de nueve colas y una fusta, para que también decidiera. Elegí un corsé de cuero y el látigo de nueve colas.

Y se vistió y se quedó parado/a frente a mi. La verdad es que estaba guapísima con esa ropa que dejaba aparecer por abajo una buena polla. Porque el tipo/a estaba bien dotado, según pude comprobar cuando tú se la acariciaste y comenzaste a chupársela. Se suponía que me estabas engañando, que estabas follando con otro y me estabas poniendo los cuernos. Pero yo no lo veía así. Mi polla tampoco porque estaba durísima.
- Ven cariño, que ya veo que te excita la idea – me indicaste con una pícara sonrisa.

Y fui, claro, porque era un travestí y ni era hombre ni mujer y entonces aquello no eran cuernos. Y si lo eran me gustaban porque cuando llevaste mi cabeza a su polla para que la chupara, me la metí en la boca y la chupé con fruición, con apasionado fervor hasta que él/ella me apartó, te cogió a ti, te echó sobre la cama y comenzó a darte fustazo en el culo mientras tú gemías y suspirabas. No tardaste en correrte dejando una evidente la  humedad sobre la sábana a la altura de donde había estado tu coño. Y no tardaste en levantarte, musitarle al travestí algo al oído, no sé qué, y te sentaste luego en el sillón frente a la cama para sonreírme con tu proverbial sonrisa.
 - Te toca –me dijiste.
- ¿A mí?
 - Sí, a ti. No tengas miedo. He visto que navegas por Internet buscando travestís dominantes, como los de Shemale Revenge cuyas fotos guardas en el ordenador. Así que ahí tienes a uno. No tengas miedo.

No tenía miedo de él, sino de ti, porque me cogiste de la mano, me echaste sobre la cama, me obligaste a chuparle la polla y me ataste luego a los barrotes de la cama para dejarme indefenso ante él. Y yo me dejé, claro, porque no podía protestar ya que tenía la polla dura. Habías leído mis pensamientos, me habías pillado y sabías lo que te hacías.
- Que disfrutes, cariño - me dijiste mientras te levantabas, te vestías y salías de la habitación.

El resto de la noche la pasé chupando polla, recibiendo azotes en el culo y siendo la puta sumisa de aquel travestí femenino, pero macho. Perdí la noción del tiempo,  hasta que tú llamaste por el móvil y me dijiste que estabas con Carlos, mi jefe, y que estabas en un hotel follando con él.
- Compréndelo, cariño, no sólo tú tienes fantasías –me dijiste sin rubor. Yo también las tengo y desde que supe que te gustaban los travestís dominantes, me dispuse a llevar a la práctica las mías y me follé a tu jefe que tanto me gusta y deseo. No te he dicho nada hasta comprobar que eras feliz realizando las tuyas, pero ahora ya estoy segura de que vamos a ser los dos muy dichosos.

Y lo fuimos, sí, porque desde entonces mi jefe me trata mejor, viene a casa a follar contigo mientras yo estoy trabajando o me dice que me vaya de la oficina antes de tiempo para prepararme. Y yo vengo a casa, me pongo bragas, medias con ligueros y un delantal de doncella francesa y espero a que lleguéis de tomar copas para serviros y quedarme al lado de la cama por si necesitáis algo mientras te folla. Por supuesto que le lamo a él la polla antes y después de follar contigo y a ti te limpio el coño cuando se ha corrido.

Por supuesto que ya no me llamo Andrés, sino Carola. Y por supuesto que he dejado de follar contigo, porque dices que no soy lo suficientemente hombre para eso. Y por supuesto que después de follar con él me azotas el culo mientras yo te doy las gracias por feminizarme y por hacerme cornudo. No sé cómo hemos llegado hasta aquí, pero últimamente has ampliado nuestro horizonte sexual y te has hecho amiga de otra chica dominante que has conocido por Internet y las dos os divertís mucho con vuestros maridos porque el de ella también es cornudo sumiso feminizado y cuando queréis divertiros juntas y montar una fiesta, llamáis a vuestros amantes, folláis con ellos en casa y cuando se van, os folláis entre vosotras, mientras los dos miramos.

O nos chupamos mutuamente la polla, mientras vosotras os reis. O hacemos “duelos de espadas”, según nos decís vosotras riéndoos, porque nos obligáis a que crucemos nuestras duras pollas como su se tratara de un combate de espadachines.
- A ver quién gana. A ver quién de los dos es más cornudo. Y más sumiso. Y menos macho.

 Eso me dices y le dices a mi compañero de aventura, mientras os metéis mano y nos advertís de lo que nos espera.
- A partir de ahora sólo vestiréis ropa femenina y follareis entre vosotros. Ya os la apañaréis para aliviaros mutuamente como dos lesbianas, porque nuestros machos ya nos satisfacen muy bien a nosotras y no necesitamos más.

No sé cómo hemos llegado hasta aquí. Ha sido todo muy rápido, pero he de confesar que has cumplido con mis fantasías. Con todas. E incluso con algunas que no sabía que tenía.

Cornudo, consentidor y padrastro


Sé que te ves con él, que te folla, que te corres con él como una cerda, como una guarra y como una zorra. Sé que haces con él lo que a él le viene en gana, que se la chupas en lugares públicos, que te folla en la oficina y en los aseos de los restaurantes. Sé que tus amigas saben que sales con él,  que follas con él. Sé que te usa como quiere y cuando quiere. 

Sé que incluso te ha prestado a algún amigo y que tú has follado con ellos para complacerlo a él. Sé que se te moja el coño nada más verlo, cuando suena en casa el teléfono y sabes que es él. Sé que te compras lencería cara para él, que te cuidas y vas a la peluquería e incluso que has comenzado a ir al gimnasio. Sé que cuando te folla bien follada vienes a casa con la cara radiante, feliz, contenta y dichosa. Se te nota, sobre todo, porque cuando quiero que hagamos el amor me dices que estás muy cansada. Y te duermes con una extraña sonrisa en la cara. 

Se te ve feliz. Lo sé. Y sé que si tuvieras que elegir entre él y yo te irías con él sin dudar, pese a que está casado. Sé que incluso me dejarías a mí a cargo de nuestra hija, que renunciarías a ella por él. Y sobre todo, sé que le has suplicado que te preñe porque quieres tener un hijo suyo. Un hijo que no quieres que sea mío. Y quizás por eso hace tiempo que no me dejas penetrarte.


Y pese a todo te sigo queriendo, no puedo dejarte y no dejo de masturbarme viendo como follas con él, porque te entregas apasionada y casi sumisa, a sus caprichos, al antojo de su polla. Lo sé y lo he visto una y otra vez,  porque él ha grabado vídeos que le ha enseñado a sus amigos y que tú has traído a casa, a escondidas, aunque lo has dejado a la vista para que yo los encontrara.

Y sé que sabes que los he encontrado. Y sé que sabes que yo los he visto. Y sé que sabes que me masturbo mirando los video varias veces al día. Que no paro de verlos y de masturbarme. Sé todo  eso y más, aunque tú no me has contado nada. No me has dicho nada. No hace falta.  Te acabas de despedir dándome un beso en la frente. Sólo has dicho: “He dejado el DIU y voy sin nada. Voy a follar a pelo y vamos a ser padres”. 
 Y yo no he dicho nada. Pero cuando has cerrado la puerta he corrido para poner el video y masturbarme.

¿Dolor o humillación?


- Qué prefieres: ¿dolor o humillación? – me preguntaste.
Y no supe que responder porque ya sé que si digo humillación, para evitar el castigo, los azotes o las pinzas, tú me humillarás, llamarás a tu amante y me pondrás los cuernos mientras me llamas cornudo. Y que luego, tras follar con él, me azotarás el culo a razón de 10 fustazos por cada orgasmo que hayas tenido al ponerme los cuernos (ese es tu capricho y para mi es sagrado), por lo que no me escaparé del dolor. Diga lo que diga.
-  Qué prefieres: ¿dolor o humillación? – insististe, mientras me pellizcabas los pezones.
-   Dolor – te contesté

Y tú me cogiste, me llevaste a la pared, me pusiste frente a ella para que me apoyara con las manos y ofreciera el culo.
- Sácalo más que te voy a dar duro.


Y comenzaste a darme azotes en el culo, mientras me llamabas cornudo, me decías que me amabas y yo te contestaba “gracias, amor mío”,  tras cada azote. Como es natural entre nosotros. Pero de pronto dejaste de azotarme, te sentaste en la cama y me cogiste del pelo para llevar mi cabeza frente a tu coño. Sin tocarlo.
- Huele.

Y olí el aíre que venía de tu coño y noté el sabor de tu excitación. Sabía que estaba mojado.
-  ¿Quieres lamérmelo? – me preguntaste.
-   Sí, amor mío.
-   Pero ya sabes que sólo puedes lamerme el coño después de que haya follado con otro macho.
-  Sí, lo sé.
-  Entonces, ¿qué hacemos?
-  No sé, amor mío.
-  ¿Quieres llamar a mi amante para que me folle y así poder lamer mi coño excitado por haberte azotado?...

No lo pensé. Me levante súbito, fui al teléfono y marqué el número de tu amante.
-  Pero sé sumiso y educado, como te tengo enseñado –me recordaste.

Asentí con la cabeza  y cuando Abel cogió el teléfono le  pedí que viniera a follar contigo.
-  Suplícaselo, cornudo.
-  Te suplico que vengas a fallarte a mi mujer.

Y Abel vino poco después folló contigo hasta que  estuviste rendida de tanta follada, de correrte una y otra vez mientras yo te besaba la mano de rodillas. Y te decía que te quería. Que te quiero.  Y tú sonreíste,  te levantaste y me cogiste del pito y digo pito, porque según tú misma me recuerdas constantemente, yo no tengo polla, sino pito, un ridículo pito que no se puede ni comprar con una verdadera polla de un macho. Lo sé y lo acepto. Así que me cogiste del pito y me llevaste a la pared para que me apoyara en ella con las manos.
-  Me he corrido tres ves, amor mío. Así que tú mismo haz la cuenta.
-  Son 10 azotes por orgasmo, por lo que son 30 azotes.
-  Exacto. Saca más el culo, cornudo,  que quiero que Abel vea como te azoto después de haberte echo cornudo.


Así que saqué el culo y recibí con gusto tus 30 azotes, porque ya te conjozco, te amo y sé que haga lo que haga y elija lo que lejía, al final me azotarás y me humillarás. No tenga escapatoria posible. Y no la quiero. Porque te amo tanto que para mi es un placer sufrtir por ti, que mi cuerpo sirva para tu placer y mi humillación  para que goces, disfrutes y seas feliz. Esa es mi felicidad, amor mío, te dije cuando me diste el 25º azote en mi culo rojo y dolorido. Pero tú paraste de pronto.
- Faltan 5 –te advertí.
- Sí, pero he visto que tienes el pito muy duro y no quiero que te corras.
- Es verdad, amor mío.
- No me lo explico, pero cuando más te castigo y humillo más gozas. Ya no sé qué hacer contigo.
 
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